Crónicas marcianas es junto a Fahrenheit 451 la obra más aclamada de Ray Bradbury. Cierto que otras novelas como La feria de las tinieblas o libros de relatos como Las doradas manzanas del sol también son muy populares, pero no llegan a mismo nivel de reconocimiento e influencia posterior. Escrita durante la década de los cuarenta y publicada en 1950, retrata a la sociedad estadounidense de su época.

El libro está compuesto por relatos que recogen la historia, a modo de crónica, de la colonización de Marte por la Tierra. Como viene siendo habitual en la ciencia ficción, esto no es más que una excusa para hablar de los problemas de su tiempo: la guerra, el racismo, la discriminación... La civilización que construyen los colonos que habitan Marte es un trasunto de la sociedad en la que le tocó vivir al autor. Sucede lo mismo con el proceso de colonización, para nada distinto al imperialismo occidental que se consideraba superior y con derecho para borrar del mapa a otras culturas, a su juicio, inferiores.

La crítica social, tan presente en la obra, tiene un tinte claramente pesimista y de denuncia, mostrando el reverso oscuro del American Way of Life. Estas Crónicas remiten a otras, las Crónicas de Indias, y al proceso colonizador de América, al de África, y también a la conquista del Oeste. Y tiene el mismo final: se acaba con los nativos y se les roba la tierra. El pesimismo está en la parte final, con esa guerra nuclear que ha arrasado la Tierra y que acabará con la humanidad.

En el paisaje desolador que dibujan los relatos de esta obra, tiene una importancia capital el estilo poético de Bradbury, que mueve a la melancolía y la nostalgia, conmoviendo al lector. La etiqueta de ciencia ficción, como decía el autor, estaba de más: es una obra de fantasía con una carga social muy importante. Así, Crónicas marcianas se revela como un canto a la humanidad para que no se destruya ni a sí misma ni a la naturaleza.