La cuarta temporada de Fringe está marcada por una decisión errónea que lastra toda la temporada: la decisión de borrar a Peter. Esta decisión supone, hasta cierto punto, un reinicio de la serie. Lo peor es que dicha decisión se mantine toda la temporada.

La temporada anterior acababa con Peter siendo borrado del tiempo por los observadores para corregir la anomalía que había supuesto su existencia todos estos años. Los primeros capítulos de la cuarta temporada están marcados por la ausencia de Peter y las consecuencias de su borrado para el resto de personajes. No sólo es que los personajes no lo recuerden, es que el personaje no aparece por ningún sitio. El hecho de que el espectador sepa qué ha pasado con Peter aunque él y el resto de personajes no lo sepan resta mucho a la trama, que se alrga innecesariamente hasta el final: Peter no está en otra línea temporal como cree, está en la misma de siempre, aunque se ha borrado su recuerdo.

El borrado de Peter trastoca todos los acontecimientos que conocíamos, reviviendo a uno de los primeros villanos de Fringe, David Robert Jones, y peritiendo la vuelta de William Bell reconvertido en villano majara de tres al cuarto. Los dos universos, antes en guerra, tendrán que unirse para acabar con esta amenaza a su existencia. Olivia, cual Buffy cazavampiros, tendrá que cumplir la profecía de morir para poder salvar al mundo. También servirá esta cuarta temporada para vislumbrar ese futuro distópico en el que se situará la trama en la última temporada.

En su temporada más floja, Fringe convertía a los observadores, uno de los posibles futuros de la humanidad, en los villanos de la siguiente temporada, dando muestras del agotamiento narrativo que arrastraba desde hace tiempo.